lunes, 23 de julio de 2018

PODEROSO CABALLERO

La sociedad del dinero: en eso nos hemos convertido. Todo lo que mueve a un ser humano a hacer cualquier cosa tiene como fin ganar dinero, ganar MAS dinero. En las ventas de artículos, equipos, productos, alimentos, en el mantenimiento, en los arreglos, en las instalaciones, en las múltiples ofertas que recibes a diario a través de los medios, en los trabajos que se pagan muy por debajo de lo que las empresas deberían pagar, en las reparaciones que sólo duran el tiempo suficiente para que quienes hicieron el trabajo tengan que ser llamados a los pocos meses y así no se quedan esperando turno en las colas del INEM, en fin... que tenemos que conformarnos con recibir atenciones y servicios a la mitad (si acaso) de la calidad esperada, y eso, por desgracia, ha llegado ya hasta los servicios de salud. Diariamente se ven en los diarios quejas, protestas y denuncias de trabajos mal realizados que a veces cuestan la vida de algunos pacientes por descuidos o negligencias irreparables que intentan subsanar con indemnizaciones monetarias que de poco sirven a los afectados que acudieron a recibir mejoras y en lugar de ver realizados sus sueños de sentirse libres de sus males ahora están peores que antes. ¿Qué nos está pasando? Tenemos que caer en la frase común: ¡buena pregunta!

Si nos guiamos por las palabras de José Martí (que nunca pasa de actualidad) de que “los malos triunfan donde los buenos son indiferentes”, tenemos que aceptar que nosotros somos los buenos indiferentes, o también que los malos nos están ganando la partida porque se están convirtiendo en mayoría (al borde del absoluto). En cualquiera de los dos casos, el problema candente radica en que la mayoría de los seres humanos ha colocado sus problemas (cosa lógica) como prioritarios, por encima de los problemas de los demás. Repito: cosa lógica, desde el punto de vista humano. Pero el asunto se va por el otro camino: no sólo han colocado sus problemas por encima de los problemas de los demás, sino que han ido olvidando poco a poco los problemas de los demás, y ya no es raro oír a muchos decir “que se las arregle como pueda, no es asunto mío”, olvidando o esquivando que los asuntos de todos afectan a todos y no se puede aislar totalmente de la sociedd alguien que pertenece a ella y pensar que el obispo de Berkely tenía razón cuando inventó su no tan conocido solipsismo (“sólo yo mismo”), como si lo que sucediera a su alrededor sólo formara parte de su imaginación, o sea, que en realidad no existía. Por ende, los problemas de los demás no existen y por tanto “no tengo por qué ocuparme de ellos”. Ser indiferente paga mucho más y evita -es cierto- aumentar tus propios problemas. Pero preguntémonos si ese es el futuro que esperamos para nuestra tan vapuleada y traicionada humanidad.

En tanto pasa el tiempo y nos sumimos cada vez más profundamente en una sociedad insensible que pasa de lo que ocurre y prefiere (al menos la mayoría) “no meterse en lo que no le incumbe”, que en definitivas es lo que realmente garantiza a un ser humano no buscarse problemas, a costa de volverse un indiferente cuya sensibilidad parece perdida en las remotas incursiones del recuerdo.

Augusto Lázaro

@lazarocasas38

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