lunes, 29 de julio de 2019

PARA NADA




¿PARA QUE SIRVE UN BLOG?

Mi amigo Juan Maguey (que no cree en la ley) me pregunta por qué y para qué escribo y mantengo un blog, si, como él piensa, nadie lo lee.

--A no ser esos cuatro gatos amigos tuyos a quienes has pedido que te lean.

Y añade que más que por un improbable interés en leer lo que publico, lo hacen porque son amigos míos que como él mismo, de vez en cuando se conectan y buscan LA ENVOLVENCIA a ver qué he echado a volar en el ciberespacio últimamente.

--¿Y por qué piensas tú que nadie me lee, aparte de esos cuatro gatos que mencionas?

--Hombre, si eso está más claro que un mediodía en el Sahara.

Y me explica su teoría al respecto: "en Internet -me dice Juan- hay millones de blogs circulando por todo el planeta. Millones, imagínate. Y entre esos millones está el tuyo. ¿Tú crees que por tu linda cara que ya no es tan linda como hace treinta años miles y miles van a buscar tu blog para disfrutar de tus genialidades?" Pero hace una pausa y me dice que además de millones de blogs, en Internet hay millones de otras informaciones, detalles, datos, notas, artículos, libros, películas, vídeos, música, y bla bla bla...

--Dime tú si alguien, entre tantas millonadas de más interés incluso que lo que tú puedas escribir en tu blog, va a conectarse contigo y renunciar a tantas otras cosas que de seguro le proporcionarán muchìsimo más placer en sus ratos de Internet. Y eso sin contar con la correspondencia de cada cual, que el que más y el que menos la tiene, y no le alcanza el tiempo para contestarla. Tú mismo eres un ejemplo.

Me gustan las personas sinceras, aunque su sinceridad me sea desfavorable y a veces brutal. Juan es una de esas personas, por eso es mi amigo. Y es verdad que si te conectas a Internet te encuentras ante un mundo tan vasto, tan complejo y tan variado que no sabes (a veces a mí me sucede) por dónde empezar. Pero yo también tengo mi razón para seguir y se lo digo sin darle chance a que continúe su diatriba.

--Pues oye esto: todo eso que me dices es cierto, pero como tú no eres escritor no puedes imaginarte el placer que se siente escribiendo en una pantalla que cuando hagas clic desaparecerá de tus ojos y se insertará en ese espacio inverosímil donde quizás miles de ojos te encuentren casualmente, aparte de los que ya te buscan... eso te da una sensación de misterio, de irrealidad, de entusiasmo, que no puedes dejar de hacerlo un día y otro día, hasta sentirte pletórico, encontrando tú también en la pantalla otros textos escritos por otros que piensan y sienten lo mismo, y descubriendo nuevos mensajes de quienes siguen a diario escribiendo en sus blogs, en las revistas, en las redes, en fin... y eso, amigo mío, no se paga con ningún lingote de oro.

Juan se queda en silencio. Se rasca el mentón. Y me dice finalmente:

--Tienes razón: tendría que ser escritor para sentir todas esas sensaciones que tú dices que sientes... o no sentirlas, porque eso no se sabe hasta que se experimenta.

Augusto Lázaro

@lazarocasas38

(publicado en LA ENVOLVENCIA a fines de 2010

(Juan Maguey falleció hace tiempo de una enfermedad dolorosa)

lunes, 22 de julio de 2019

LA TERCERA EDAD

LA TERCERA JUVENTUD

Esta mañana, al pasar por un emplazamiento de mesitas y sillas, convertido con tales objetos en una especie de restaurán al aire libre, he visto a una pareja de ancianos, ella y él muy abrigados, junto a la baranda desde la que se ve una porción pequeña de Madrid, conversando, muy animados, sin hacer otra cosa, pues no había a la vista cámara fotográfica ni de vídeo ni anteojos ni platos con alimentos que pudieran distraer su presencia en semejante sitio, donde a pesar del frío de un invierno no muy normal por las temperaturas inusitadas, había unas diez personas saboreando meriendas o degustando vinos y licores quizás para calentarse por dentro.

Pero los ancianitos conversaban. Conversaban sin parar, y de vez en cuando uno de ellos acariciaba la cabeza del otro, siempre hablando y gestionando, como si estuvieran disertando a dos voces alguna conferencia universitaria.

Enseguida pensé en la novela de García Márquez El amor en los tiempos del cólera, que tanto anima a ejercer ese bello sentimiento que no sabe de edades ni de horas ni de razas ni de ideologías ni de culturas ni de sociedades, y que logra lo que quizás ningún medicamento: renacer el deseo de vivir de quien lo siente, aunque esté rebasando la tercera edad, como en este caso de esos ancianitos a quienes el mundo importaba un pimiento y se entregaban a expresarse lo mucho que se amaban quizás en los albores de una muerte no anunciada aunque próxima. Porque el amor puede tanto que es capaz de hacer que un ser humano se olvide de la muerte.

Toneladas de impresos se distribuyen entre las personas llamadas “mayores” en los que, en forma de revistas, folletos o simples plegables, se muestran diversas maneras de afrontar esa edad a la que no todos, lamentablemente, llegarán. Y es cierto, a pesar de la exageración en cuanto a las bondades que ofrece esa última etapa de la vida que comienza después de los sesenta, que con esa “tercera edad” no termina la vida, como creen muchos. Pero por encima de ejercicios, juegos, asistencia a actividades en los centros de día y de mayores, vínculos sociales y servicios de ocio y entretenimiento que pueden brindarse a esas personas, está lo principal, que no siempre se muestra en las revistas especializadas para tales fines, y lo principal, a mi modo de ver, es el amor. Porque no hay tarea ni ocio ni enseñanza ni estudio que pueda superar ese sentimiento que une a las personas, y que no tiene en cuenta ni primera ni segunda ni tercera edad. Y ese ejemplo de los ancianitos de la baranda lo demuestra.

Y es tanta la fuerza del amor que es capaz de obviar los achaques propios de esa edad, las molestias, incluso las enfermedades que suelen padecer quienes llegan a sus últimos años tocados por la magia del mejor sentimiento que puede sentir cualquier ser humano. Porque como se dice, muchas veces sin creerlo ni sentirlo, y a pesar de que sea considerado un lugar común más, “el amor no tiene edades”, y no las tiene, porque el amor sólo entiende de lo que una persona es capaz de sentir por otra que lo lleva hasta el punto de ofrecer su vida, gustosa, por esa otra persona a la que ama, sin pensarlo dos veces.

Augusto Lázaro

@lazarocasas38

elcuiclo.blogspot.com.es

(publicado en La Envolvencia en diciembre de 2010)

lunes, 15 de julio de 2019

LOS COMPLICES

La vecina la encontró tirada en el suelo, con la cara ensangrentada, y quejándose. Cuando pudo reaccionar tras la impresión, corrió junto a ella, se arrodilló, le tomó la cabeza entre las manos, ensartando palabras de consternación y aliento, tratando de levantarla y colocarla en el sofá, y cuando lo logró, miró a todas partes, como buscando algo o alguien que la ayudara a atenderla. Había oído gritos y golpes que le hicieron temer lo peor, lo acostumbrado, pues no era la primera vez que eso sucedía. Se sentó junto a ella, y sin preguntarle lo que había pasado, cosa que sabía muy bien, sólo atinó a exclamar: "¡Dios mío!, pero esta vez ha sido mucho peor, mi amiga", y sin poder evitarlo comenzó a sollozar, uniendo sus lágrimas al llanto que ahora sustituía los quejidos de su amiga. Entonces le dijo:

--Pero Julia, ¿hasta cuándo vas a soportar esta situación?

En el Congreso de los Diputados, el portavoz del gobierno lanzaba improperios que él consideraba críticas justas contra el principal partido de la oposición, que era en realidad el único, pues todos los demás minoritarios se habían puesto de parte del mandamás de turno, lo que era muy común en los cobardes y en los oportunistas. Cuando tocó el turno al portavoz del único partido de la oposición, éste comenzó a lanzar improperios que consideró críticas justas al gobierno y a lo que llamó sus secuaces, provocando una señora algarabía, una más, entre los asistentes, aunque éstos ya no se asombraban por tales minucias. La mañana había estado movida, plagada de gritos, aplausos, abucheos, silbidos, golpes en los escaños y alguna que otra ausencia de los llamados padres de la patria, nombre algo irónico si se tiene en cuenta lo mal que en realidad querían a sus hijos estos próceres que ocupaban su tiempo en insultarse mutuamente, como buenos políticos, y ni se acordaban de que existía una patria a la que tenían que dedicar sus vidas por entero, pues para eso habían sido elegidos, unos por votos y otros por dedos, pero daba lo mismo: todos tenían en común su convencimiento de que cada cual tenía la razón, de que cada cual era el dueño de los caballitos y poseía la llave de los truenos, por lo que los demás, naturalmente, estaban equivocados. A las dos de la tarde seguía activo el ring, sin que se vislumbrara un claro vencedor ni un oscuro vencido. Fuera del sagrado recinto, el único perdedor era el pueblo. Pero ¿a quién podía importar ese mísero detalle? Curiosamente, sus señorías no habían conversado ni un minuto sobre el fútbol en los intermedios de las sesiones.

Muchas veces habían conversado sobre esa situación, insostenible según la vecina y demasiado prolongada según su madre y algún que otro familiar cercano. Pero Julia no se decidía a hacer nada para poner freno a tanto sufrimiento. Hasta que ese día ya no pudo más y por consejos y alientos de su vecina y amiga, tomó una decisión:

--Iré a la policía. Tú tienes razón, esto no puedo seguir aguantándolo.

En la Comisaría presentó la denuncia, rellenó el formulario correspondiente, y oyó que le prometían tomar nota de su caso. Para ella tomar nota no significaba nada, pero al menos salió de la Comisaría con un poco de alivio. No le duró mucho: al llegar a su casa, el hombre la estaba esperando. Un detalle que habían olvidado ella y su amiga del piso colindante: cambiar la cerradura, detalle que estuvieron lamentando muchos días después de aquél en que ella regresara de la Comisaría y el hombre le propinara la paliza más brutal que ella había recibido. Desde que por fin él se había ido de la casa sólo había vuelto un par de veces, y en ambas sólo había vuelto para insultarla, golpearla y romper algunas cosas que él argumentaba que eran suyas, pues las había pagado mientras vivió con ella allí. La paliza esta vez fue tan bestial que ella perdió el conocimiento, y no se enteró de que algunos vecinos, al oír los golpes, los ruidos y los gritos, tocaron a la puerta, alarmados. El hombre salió y les pasó por delante, ignorando los insultos que varias mujeres le gritaron, muy airadas, y las protestas de algunos hombres que no se sintieron con valor para enfrentarse a aquel mastodonte de seis pies y unos músculos que podrían competir con los de Arnold Schwarzenegger. Cuando llegó el Sámur, Julia ya no podía hablar. No podía ni siquiera llorar.

Los magistrados comentaban el partido de fútbol de la noche anterior, en el que el equipo estrella se había dejado meter nada menos que tres goles, provocando reacciones furiosas en sus fans, tan furiosas que uno de los deportistas recibió en la frente un botellazo lanzado desde el graderío enardecido. Porque perder en propia casa no se lo perdonaban ni al mejor futbolista millonario que casi no sabía articular palabras cuando lo entrevistaban en la tele.

--Es una vergüenza. Con lo que les pagan y mira qué chorrada.

--Ya. Me imagino lo que sucedería si a este equipo le sacaran los extranjeros que son los que le dan los pocos triunfos que tienen a la hora de la verdad. Y otra cosa, eso del público también es una vergüenza. Vamos a tener que hacer algo al respecto.

--Sí. Hay cosas que no pueden tolerarse. ¿Otra cañita?

Ambos jueces, pasados de peso y de tripa, con rostros del color del tomate maduro, se repocharon en los pullmans mientras se deleitaban con un filme de acción en el vídeo del televisor de pantalla plana colocado en el salón del magistrado mayor. Su invitado le había comentado que él también pensaba comprarse uno igual. De algunos asuntos pendientes no hablaron. Entre ellos estaba la última denuncia por malos tratos recibida días atrás, pero entre tantas, ¿quién podía acordarse?
Les costó mucho esfuerzo convencerla, pero los reporteros del canal 3 conquistaron a Julia para acudir a una entrevista donde pudiera denunciar a su maltratador ante todo el país.

--Señora, créame, lo que sale en la tele se resuelve. Los que mandan le tienen terror a la tele, a lo que dice, y sobre todo, a que sus nombres, y mucho más sus caretos, salgan en la pantalla chica. Créame, no se va a arrepentir.

Y llegó la noche de la entrevista. Hacía muchos días que Julia no sabía nada de su ex y estaba preocupada, pensando siempre lo peor. La vecina la acompañó al plató, donde no la maquillaron, con el fin de que pudiera mostrar los moretones de la última paliza ante las cámaras. En su familia hubo voces que la aconsejaron que no fuera, pero la mayoría la apoyó, al igual que casi todos sus vecinos que conocían la tragedia. Era un paso que había pensado bastante, pero su situación no podía continuar así. Porque su vida peligraba y ella no sabía a quién podía ya acudir.

--Ya no sé qué hacer, ya no puedo más. Por favor, necesito que me ayuden. Ese hombre me ha amenazado varias veces y me va a matar. Por Dios que sí, me va a matar. Por favor... necesito que me ayuden...

Habían formado un grupito en la cafetería: dos vigilantes del Metro y dos policías con sus armas cortas, comentando un partido de fútbol y el coche nuevo que se había comprado uno de ellos, dos de los cuales fumaban pitillos, precisamente frente a la pared donde había una señal de prohibido fumar. Cerca del grupo se veía a varios viajeros con cigarros en las bocas, pero los policías ni se daban por enterados. Uno de ellos los miró y cambió de tema.

--Lo que yo les digo. ¿Ven cómo la gente sigue fumando? ¿Y qué vas a hacer?

--Hombre, podíamos multarlos, eso está prohibido.

--¿Multarlos? Mira, tío, no te enrolles. En primera, que esa multa no la van a pagar jamás, y en segunda, ¿qué pasa si te dicen que te han visto fumando aquí mismo?

--Bueno, pero...

--Mira, tío, esto es como todo: esto de las prohibiciones es un paripé, nadie cumple nada y además, ¿para qué vamos a buscarnos problemas, si cuando tú detienes a un delincuente, al día siguiente el juez lo deja en libertad? No quieras arreglar el mundo, tío, que este mundo no hay quien lo arregle.

Al día siguiente de su comparecencia por televisión, Julia sintió unos golpes fuertes en la puerta. Enseguida supo que se trataba de su ex. Había cambiado el cerrojo, pero el hombre, al darse cuenta de que su llave no servía, comenzó a llamarla a toda voz y a dar golpes estruendosos en la puerta.
--Abreme, Julia, que sé que estás ahí. Vamos, ábreme. No voy a hacerte nada, lo que quiero es llevarme algunas cosas que tengo y nada más. Vamos, ábreme, no empieces a cabrearme. Acaba de abrirme de una vez, recoño. ¡Joder!

Mientras Julia temblaba, alejándose de la puerta, el hombre se desesperó. En esa planta no había casi nadie a esa hora y la vecina estaba en su trabajo. El hombre insistió una vez más, y al ver que no podía lograr que ella le abriera, le dio una patada a la puerta.

Las calles estaban, como siempre, llenas de gente que caminaba de prisa. Frente a la tienda El Corte Inglés, dos mujeres maduras comentaban las rebajas, otras más jóvenes hojeaban revistas de famosos y de otras tonterías. El tránsito fluía, no sin dificultades a esa hora temprana. El ruido y el polvo campeaban en todos los rincones. Un hombre joven, vestido como un espantapájaros, lograba sonrisas en los menos exigentes que lo miraban admirados. Un pequeño grupo esperaba el semáforo para cruzar. En la parada del autobús se agrupaba mucha gente de mirada ansiosa, esperando y comentando la tardanza en esa línea, que según un hombre joven y algo escuálido, era la peor de la ciudad. No había ningún niño alrededor. Los vendedores ambulantes pregonaban sus ofertas, colocadas sobre mantas y sábanas en las aceras de la concurrida calle. El día estaba nublado, pero no acababa de llover. Muchos jóvenes hablaban por sus móviles, entusiasmados. Otros conversaban sobre el fútbol, mostraban el último compacto de U-2, y uno de ellos hizo un comentario sobre la moto que pensaba comprarse cuando pudiera sacarle el dinero a su padre, con el cual no se llevaba muy bien. Más allá de la cafetería, una adolescente con uniforme escolar se lamentaba del mal rollo que se había ligado con un tal Joaquinito, por culpa del dichoso examen de física, sobre todo porque el profesor no era de los que se desviven por acercarse a su alumnos y ayudarlos. Hizo una mueca y se dirigió a su compañera:

--Ese está allí por el dinero que le pagan, tía. No le interesa nada más.

--¿Y qué me dices de la profe nueva, con su ropa de pija y sus modales tan...

--Tan finolis, sí. Es eso, tia. Se ve que está en otra onda. No se ha dado cuenta de que en estos tiempos hay que estar en la calle y con vaqueros.

La ciudad era la misma del día anterior, y seguramente sería la misma del día siguiente: activa, dinámica, atolondrada, sucia, bulliciosa, repleta de obras, con transportes lentísimos y aglomeraciones en las paradas y en las tiendas con rebajas, inmigrantes caminando sin destino cierto, bodas de homosexuales, discusiones de grupos de amigos en los bares sobre fútbol, política, coches, y si había mujeres en esos grupos, sobre el famoseo, que ocupaba una gran parte del tiempo femenino. Julia había sido enterrada en familia, en un funeral discreto a donde sólo acudieron unos pocos vecinos y algunos familiares cercanos. Al día siguiente, unas doscientas mujeres del barrio salieron a la calle en manifestación, en silencio, con pancartas y telas, denunciando una vez más lo que llamaban la violencia de género. El canal 3 no asistió. Tampoco había ningún cargo político, judicial ni policial. El ex marido de Julia, muy bien asesorado por un buen abogado que le recomendó demostrar alteraciones del sistema nervioso en el momento del asesinato, cuando declarara ante el juez, había quedado en libertad condicional con cargos bajo fianza, y por el momento debería presentarse ante el juzgado cada quince días, hasta que se celebrara el juicio. O hasta que el delito prescribiera.

Augusto Lázaro

@lazarocasas38

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lunes, 8 de julio de 2019

COMO PARA REIRSE

ORDENES DE ALEJAMIENTO

(en España, época actual)

Dos amigos se encuentran en una parada de autobuses. Uno de ellos es policía, aunque ahora está sin uniforme, y con cara de problemas. El otro se extraña y le pregunta:
--Pablo, ¿qué te pasa, ya no eres poli?
--¡Ay, Jacinto! Lo que me ha pasado, viejo.
--Anda, cuéntame.
El policía, que no está de servicio, le cuenta a su amigo que le han encargado vigilar el alejamiento de un maltratador que ha amenazado de muerte a su ex pareja, y que esa tarea es demasiado para él.
--Me estoy volviendo loco, de verdad.
El amigo piensa unos segundos y al fin le pregunta, interesado:
--Pero vamos a ver, ¿qué es eso de vigilar el alejamiento de...
--Pues eso, que tengo que estar todo el tiempo detrás del tipo ese, con una cinta de medir, para que el hombre no traspase el límite de los 500 metros que el Juez dictaminó que debe mantener de donde esté su ex.
--Vamos, Pablo. Es una broma, ¿eh?
--Nada de broma, viejo. Si te digo que me estoy volviendo loco, por eso me ves ahora aquí, porque pedí unos días para ver si me repongo con ayuda de un psicólogo desde luego.
Los dos amigos se acercan a un bar y piden dos cafés. Uno de ellos enciende un pitillo y mira al otro, como pensando que no puede ser verdad, que todo es una fantasía, una exageración, un cuento de caminos trillados.
--Y lo peor: el caso es que yo me dediqué a vigilar al maltratador para que no se acercara a su posible víctima, pero sin darme cuenta de que no podía medir la distancia que lo separaba, porque yo no sabía dónde se encontraba su ex cuando estaba con él, midiéndole cada paso... un fenómeno, de verdad.
El amigo terminó su café, pagó, le dio una palmada al policía de civil, y sonrió.
--Hombre, Pablo, desconocía tus dotes histriónicas. Eres un gran actor. Casi me lo creí.
--Pero bueno, que estoy hablando en serio, coño. Es que cuando uno dice la verdad nadie lo cree.
--Vamos, Pablo, que poner a un policía detrás de cada maltratador con una cinta de medir... tendrían que poner a otro detrás de la mujer, y ¿cómo comprobarían que están a más de esos 500 metros el uno de la otra? Hombre, si es como una obra de Arrabal, vamos.
--Pues por eso mismo casi pierdo la chaveta, porque me puse a pensar cómo podía estar al mismo tiempo con el hombre y con la mujer para saber a qué distancia estaban cada cual de cada cual...
Pues cosas como éstas ocurren en España diariamente. No se asombren, amigos, que esta es una realidad no virtual sino tomada del teatro del absurdo de Samuel Beckett. Me imagino que el que se le ocurrió esta idea del alejamiento (que entre paréntesis no ha logrado sino aumentar los asesinatos de mujeres en lo que va de año en comparación con el anterior) debe estar preparándose para obtener un gran ascenso en el gobierno... porque se lo merece. No digo yo. Y el gobierno siempre premia este tipo de genialidades, vamos.

Augusto Lázaro

@lazarocasas38

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(publicado en La Envolvencia el viernes 19 de noviembre de 2010)

lunes, 1 de julio de 2019

SOLO Y HACIA ARRIBA

LA IGNORANCIA MATA A LOS PUEBLOS

Llovía. De regreso de mi acostumbrado almuerzo y al entrar en el edificio donde vivo, al tratar de introducir el paraguas y colocarlo abierto dentro del vestíbulo, una de las asistentas, con una rapidez inusitada en ella, casi me lo arrebató de las manos y procedió a cerrarlo de inmediato, alegando solamente que ya el gafe que tenía era suficiente para soportar uno más. Por supuesto que yo no le dije nada, pues estoy acostumbrado a esas reacciones de ella y de otras empleadas que cuando me ven llegar bajo un aguacero se ponen en alerta para no permitirme entrar con el dichoso paraguas desplegado.

Ultimamente he notado que en España, a través de la televisión, el oscurantismo ha ganado posiciones y adeptos: son numerosos (demasiado numerosos) los programas en los que aparecen supuestos mediums y otros tipos de adivinadores de pasado, presente y futuro de los ingenuos (o tontos) que suelen acudir a estos listillos que se buscan la vida intentando llevarles a los atormentados consultantes mensajes siempre positivos, al menos, siempre positivos al final, demostrándoles que aunque el aludido (o la aludida) esté atravesando una situación muy negativa, hay una puerta que siempre se abrirá para él (para ella) y que cambiará a muy mejor su vida y su "destino".

Igualmente los programas de la suerte, donde aparece una locutora animando a los televidentes a que llamen para obtener una buena suma como ganancia si adivinan o dan con la clave de alguna pregunta o de algún "misterio" difícil de descifrar, y que al final de aquello nada y de lo otro menos. Porque nunca ganarán el dinero prometido, y cuando sale alguien aparentemente ganador, no es más que un truco preparado de antemano con algún conocido o contratado por los patrocinadores del programa.

Me asombra que en pleno siglo XXI todavía haya tanta gente que crea en semejantes supercherías (paraguas abierto bajo techo, espejos rotos que traen años de mala suerte, sal derramada, números peligrosos, días malditos como martes o viernes 13, etc.) y se deje embaucar por estos rostros de la tele (y de la prensa) que se autotitulan "mentalistas", mediums, cartománticos, etc., capaces de hacer milagros siempre para beneficiar a todo el que acuda, escriba o llame, perdiendo no sólo su tiempo, sino a veces grandes sumas de dinero, del mismo dinero que jamás ganarán.
Una mañana no lluviosa me encontré en el edificio a una empleada leyendo, con una atención poco frecuente en ella, un horóscopo de no sé qué revista de las mal llamadas "del corazón". Tras un intercambio de frases al respecto, le dije:

--Mira, compra 10 revistas de ésas y 10 periódicos que tengan horóscopos. Léelos todos, uno por uno, y si encuentras dos que digan lo mismo, te invito a una cena en el RITZ. Sin límite de peticiones en comestibles y bebestibles.

La aludida se quedó mirándome unos segundos, bajó la vista, se concentró en algo que no pude adivinar, aunque supuse lo que era, y al final me dijo algo así como:

--Caramba, pues ¿sabes una cosa? No me había dado cuenta de ese detalle.

Otro día (esta vez una noche de frío polar), conversando con un conocido con el cual me encuentro a menudo en la estación de Atocha, decidido y convencido creyente en los signos zodiacales, surgió el tema, al decirme que había conocido a una "aries" que según las revistas que él leía con afición, era la compañera ideal para su signo. Después de intercambiar criterios al respecto, me habló sobre la igualdad imperante entre personas de los mismos signos, que tenían las mismas características. Le dije, como una forma de plantearle por qué yo no creía en esas cosas:

--Pues oye esto: vamos a ver, imagínate a un mongol (un habitante de Mongolia) que haya nacido el mismo día del mismo mes en que nací yo. Incluso a la misma hora: ¿tú crees que ese hombre y yo tengamos alguna característica, hábito, costumbre, manera de pensar, etc., iguales?

--Bueno, pero...

No lo dejé continuar, porque faltaba lo mejor:

--Y ahora piensa en cualquier italiano o en cualquier español, haya nacido cuando haya nacido, ¿no crees que con ése o ésos yo SI tendría muchas cosas en común?

Se puso a pensar, y al igual que la empleada con sus horóscopos, terminó por decirme que yo tenía razón, pero que él creía en esas coincidencias por costumbre, porque desde niño eso fue lo que vio hacer a su madre, adicta a las revistas que no sólo traían horóscopos, sino predicciones astrológicas en las cuales ella también creía, pero que nunca se cumplían, aunque de eso él no se había percatado.
El caso, le dije por último, es que las coincidencias en las personalidades de los seres humanos no tienen nada que ver con la hora, el día y el mes en que cada cual haya nacido. Repito la comparación con el mongol y el italiano. Y otra cosa que se me quedaba en el tapete: me parece el colmo eso del cambio de estación, y por ende, de signo: imagínate que una persona nace a las 11.59 de una noche en que termina un signo y comienza otro, y ya por eso pertenece, digamos a Acuario. Pero si el reloj por el que se guiaron estaba atrasado, entonces el nacido no pertenecería a Acuario, sino al siguiente signo zodiacal. ¿Te parece serio semejante dictamen?

Ante eso, mi conocido y casi amigo guardó un silencio absoluto.

Augusto Lázaro

@lazarocasas38

elcuiclo.blogspot.com.es

ENVOLVENCIAS

 1 Ahora que los virus están de moda: fue un virus (de la peste negra o bubónica) el culpable de la muerte de los amantes de Verona. La hist...