lunes, 27 de enero de 2020

LAS BUTIFARRAS FAMOSAS

ECHALE SALSITA

La primera vez que fui a Varadero hice el viaje en ómnibus con un grupo de trabajadores del banco donde recién había comenzado a trabajar y otro de la empresa Industrias Ferro, S. A., en Pinar del Río, mi ciudad natal. Estaba ilusionado con aquel viaje que durante varias semanas me mantuvo en un estado de expectación y ansiedad: conocería una de las playas más hermosas de América, me bañaría en sus aguas, y sin dudas regresaría de ese viaje con un recuerdo que me duraría mucho tiempo. No me equivocaba: todavía me dura... Sin embargo, aunque parezca exageración o presunción de originalidad, confieso que mucho más que la playa me impresionó algo tan aparentemente vulgar como un verdadero manjar al buen gusto gastronómico que no olvidaré ni siquiera perdiendo la memoria: las butifarras EL CONGO.

Al saborear aquel verdadero boccato di cardenale, recordé el son que oía desde el lejano septeto nacional de Ignacio Piñeiro, con su sonada afirmación que traspasó la frontera del mar que rodeaba la isla: era tal la fama (porque era tal la sabrosura de aquellas butifarras que parecían cocinadas por dioses del olimpo griego) que millonarios de Estados Unidos cruzaban las 90 millas para buscar el letrero lumínico que surgía tras una curva en aquella carretera por la que, por allá por Catalina de Güines, como nos decía "Moño", la primera vez en la excursión citada, pasaban cientos de vehículos, siempre deteniéndose, al menos por la curiosidad de saber qué era aquello que atraía a tantos otros
estacionados ante la mágica luz: BUTIFARRAS EL CONGO.

En este cantar propongo
lo que dice mi segundo:
no hay butifarra en el mundo
como la que hace El Congo...

De familia cubana típica, acostumbrado desde niño a saborear las delicias de la mesa de mi país (arroz con frijoles negros, tamales en hojas, cascos de guayaba con queso, congrís con carne de cerdo, arroz con pollo a la chorrera, turrón de maní, ajiaco, el mojito criollo, las papitas fritas, el café con leche y pan con timba al desayuno, etc.), confieso que jamás he vuelto a degustar un alimento que supere a aquel sabor fantástico de esas butifarras, capaces por sí solas de trasladar a cualquiera que las probara, como fue mi caso y como sería el de miles me imagino, vía paladar, a las delicias virtuales de la ensoñación y terminar exclamando algo así como ¡carajo, estas butifarras están para comérselas! Y si no la única, quizás la clave estuviera en el estribillo de aquel son tan cubano y tan cercano a nuestra idiosincrasia, que repetía una y otra vez:

¡échale salsita!

Quizás ahí estaba el secreto. O quizás en aquellas manos prodigiosas de El Congo, que dedicó toda su vida a hacernos disfrutar de la magia de su fabulosa cocina.

AUGUSTO LAZARO

@lazarocasas38

elcuiclo.blogspot.com.es

(publicado en La Envolvencia el 18 de junio de 2013)

lunes, 20 de enero de 2020

EL ANSIADO VIAJE: ¿UN PLACER?

VIAJAR... ¿UN PLACER?

Mi amigo R está en Miami. Desde esa ciudad me envía un correo diario contándome sus desventuras relacionadas con el tiempo que pierde para realizar sus movimientos, pues como no tiene coche (automóvil) tiene que depender de que alguien lo mueva, porque en Miami (quienes han estado allí lo saben) si no tienes coche despídete, y como al parecer todo el mundo tiene coche, los autobuses pasan cada hora, y la espera puede enfermar a cualquiera de los nervios, y el alquiler de los Super Shuttles no es como para andarse con botaratillas de bolsillo. Miami: paraíso de quienes pueden encender un puro con un billete de $5.00... ¿o no?

Pues eso, que mi amigo está cansado, no sólo de Miami, pues suele viajar mucho, y sobre el dulce placer de viajar -según muchos- hemos discutido en varias ocasiones, dejando siempre un margen para continuar, porque entre cubanos las discusiones son, como según Albert Einstein el universo y la estupidez, infinitas. Pero esta vez parece que mi amigo no está disfrutando mucho de su viaje, a juzgar por sus horas perdidas en las que no puede ejercer ninguno de sus placenteros “vicios” literarios, musicales, y sobre todo hogareños, pues es sin dudas un hombre de hogar, como yo he querido siempre ser.

Viajar puede resultar para muchos un placer, un ejercicio del ocio, una acción que se supone aumenta el nivel cultural del viajero, todo eso discutible, pero respetable. Los que disfrutan viajando hacen bien en viajar, sobre todo porque tras un largo período de trabajo y dedicación a negocios, empresas, responsabilidades, o simplemente una labor de atención diaria en cualquier aspecto de la vida, el cuerpo pide un tiempo de lo que ahora se llama relax. Sólo que los viajes, al menos los modernos, no sólo reportan horas de placer, descanso, recreo, cultura, y todo lo demás. Viajar también puede provocar un estrés, cosa muy frecuente en estaciones de transporte y sobre todo en aeropuertos, donde últimamente ya no existe una seguridad al 100% de que el viaje programado y pagado resulte un placer de verdad.

Es difícil encontrar a alguien (entre los viajeros frecuentes o esporádicos) que no haya tenido que dormir en el suelo de un aeropuerto, sobre alguna manta o colchoneta si acaso, por el retraso o la cancelación de un viaje que se pagó anticipadamente, y no muy barato que digamos. Pero lo peor no es dormir en el suelo, lo peor es la incomodidad que causa esa irresponsabilidad, esa falta de rigor, esa situación que cuando estamos en esas condiciones que casi no podemos creer, poco a poco va aumentando el vapor del cuerpo sufriente por causas ajenas, y que termina por convertirse en un mal día, o en unos malos días, durante los cuales maldecimos, sudamos, sentimos deseos de coger por el cuello al responsable (o a los) de nuestro padecimiento, y maldecimos la hora en que se nos ocurrió aceptar la oferta (sin leer la letrica chiquitica debajo del anuncio) y gestionar el viaje que al final, si vamos, no disfrutaremos (porque nos esperan nuevas sorpresas no muy agradables), y si no vamos y regresamos a casa cabizbajos y furiosos, nos costará muchos días recuperarnos del mal rato pasado. Y ni hablar de los registros a los pasajeros, otra prueba que tienen que pasar los que van a intentar volar, en los que ya sólo falta que le apliquen a cada usuario del servicio aéreo una prueba rectal a ver si encuentran algo en... en fin.

Todos hemos visto en la tele esos grupos de viajeros indignados amontonados como abejas en panal, tropezando unos con otros, protestando inútilmente frente a los mostradores de la empresa, gritando, ofendiendo, y al final resignados a no poder llegar al tiempo que se había programado, o a tener que regresar frustrados porque ya no aguantamos más este horror que parece sacado de una película catastrófica o del teatro del absurdo. Porque si lo pensamos bien, resulta absurdo, en pleno siglo XXI, que una compañía de aviación tenga tantos problemas que no puede resolver ocasionándole a sus clientes tanto malestar, tanta incomodidad, tanto fracaso en unas vacaciones que se convierten, por arte de poca o ninguna seriedad, en una pesadilla de la que parece que jamás vamos a despertar.
¿Qué exagero? Quizás. Pero viendo con cuánta frecuencia ocurren estos casos, y leyendo los correos de mi amigo en Miami, sonrío plácidamente, acomodándome en mi poltrona favorita para saborear mejor aquellas dulces palabras que desde niño se metieron dentro de mi cabeza para convertirse en una especie de sentencia: “hogar, dulce hogar”... Pues eso, que viajar es saludable y placentero... pero el hogar creo que es mucho más, sobre todo cuando no tenemos la seguridad al 100% de que nuestro viaje será un verdadero placer que nos hará recordarlo durante mucho tiempo...

Augusto Lázaro

@lazarocasas38

elcuiclo.blogspot.com.es

(publicado por La Envolvencia el 14 de junio de 2011)

lunes, 13 de enero de 2020

LA NADA EN LA PAGINA

LA PANTALLA EN BLANCO

El miedo a enfrentarse a la dichosa página en blanco que sienten los escritores se ha mantenido intacto desde el tiempo de las trompetas, frase que a mi hija le encanta zumbarme cuando cree que algo de lo que tengo o uso no se ajusta a los tiempos modernos de Charles Chaplin, y con eso me está diciendo anticuado, o antiguo, como dicen ahora los jóvenes, aunque mi hija ya no es joven, pero su espíritu sigue siéndolo a pesar de que hace muchos años me hizo abuelo, y por segunda vez... pero ¿de qué estaba hablando? O mejor, escribiendo... Ah, ya: de la página en blanco que se mantiene en blanco a pesar de que las agujas del reloj continúan moviéndose de izquierda a derecha, lo que para cualquier escritor que se respete es un aviso de que sus musas se han ido al paro (al desempleo) o están de vacaciones, como las de Serrat en su canción tan conocida que comienza “no hago otra cosa que pensar en ti”...

Pero hay muchos miedos como hay muchos escritores (cada día más) y ponerse a pensar qué escribir cuando se tienen deseos de escribir pero no nos sale lo que deseamos escribir como deseamos que salga, a veces termina en una cefalea... y más ahora, porque antes de la computación popularizada hasta el punto que hasta El Tato ya usa el e-mail (qué trabajo nos cuesta hablar en nuestro idioma y decir correo electrónico, o correo a secas para ahorrar) era todo más fácil: teníamos la ventaja de que con un bloc de notas y un mocho de lápiz, cuando las ideas nos regalaran su tiempo de "inspiración", dondequiera que estuviéramos podíamos buscar dónde sentarnos, sacar el cuadernito y el lápiz, y a escribir genialidades, carajo, que para eso éramos escritores que conquistarían al menos el NOBEL algún día... pero ahora, la verdad que andar para un lado y para el otro con un ordenador (computadora), aunque sea de los pequeñitos, es un coñazo que nos impide andar "ligeros" de equipaje, como gritaba Nino Bravo

Y vamos a ver: eso de “que la inspiración me coja trabajando" no se lo cree ni Manolo el del bombo, porque si no hay "inspiración" y nos ponemos a trabajar (a escribir), ¿qué porquería vamos a dejar sobre la pantalla, esperando que vengan las musas a tocarnos los dedos con sus varitas mágicas y los llenen de las genialidades que quisiéramos crear? No, señoras y señores: hay que trabajar, eso sí, diariamente, e intentar hacer las cosas lo mejor que podamos, y además, no esperar a las musas, que esas nunca avisan, pero supongamos que en un momento dado, digamos cuando despertamos a las 04.00 horas, en un tren donde viajamos hacia el Norte del país por cualquier motivo o razón, se nos ocurre algo realmente de maravilla, y en ese momento y en el asiento de ese tren no tenemos ni luz (no vamos a despertar al vecino inmediato, porque no sabemos cómo reaccionaría) ni cuadernito ni lápiz, ¿qué hacemos? ¿Volver a dormirnos con el riesgo de que cuando volvamos a despertar ya ese bombillito que se nos encendió en plena oscuridad no aparezca ni aunque lo llamemos a gritos estentóreos? ¡Ah, Catana!

Pues eso, que ser escritor hoy en día (y en noche mucho más) es una especie de dolor de cabeza. Nunca me he creído a esos escritores que dicen que siempre están inspirados y con deseos de escribir. Hay veces, hay circunstancias, hay ocasiones (para todos los seres humanos) en que no se sienten deseos ni de pasar un finde con Claudia Schiffer (los varones) o con George Clooney (las nenas), y por tanto mucho menos de sentarse a escribir... ¿qué cosas? Vamos, hombre, cuentos para abuelas enfermas, título de un libro cubano de los 60 cuyo autor (o autora) no recuerdo, que me perdone pues. Tampoco me trago eso de que “yo me levanto a las 6 y estoy escribiendo sin parar hasta las 2 de la tarde”... ¡Bendito sea el Señor!, como si uno fuera una máquina que ni siquiera se calienta con la electricidad. Ese ser que asegura eso en una entrevista poco interesante... ¿no se lava la cara?, ¿no hace sus necesidades?,¿no desayuna?, ¿no se cepilla los dientes?, ¿no tiende la cama?, ¿no va a comprar algo al mercadito de la esquina?, ¿o es que tiene una sirvienta que le haga todas esas cosas menos las que nadie puede hacer por él (o por ella)? Pero lo más concreto: cuando lleve dos horas escribiendo sin parar, como asegura, ¿qué saldrá de las teclas? Porque científicamente, ningún ser humano puede generar genialidades “sin parar” durante esas 8 laaaargaaas horas de trabajo constante y sofocante.

Nada, que las palabras salen de las bocas fácilmente, lo difícil es que entren en el meollo de quienes las oyen o las leen. Lo más recomendable sería ponerse a escribir cuando la oportunidad se presente y contemos con las condiciones más propicias como pueden ser: 1) estar en plena forma intelectualmente (cosa no muy fácil), 2) estar en plena forma físicamente (cosa imprescindible, porque escribir -y sobre todo crear- cansa mucho), 3) contar con los aditamentos necesarios como: a) lugar en soledad y silencio, b) equipo de trabajo impecable, c) móvil apagado para no ser interrumpido por nadie y un letrero en la puerta de “perdone, no moleste” o algo parecido. Y aún así, lo que salga de la chola y se registre en la pantalla (porque ya nadie escribe a mano en un papel, supongo, ni tampoco en una Remington de 1955) habrá que revisarlo, analizarlo, corregirlo, pulirlo, y en la mayoría de las veces lanzarlo no al cesto, sino a la papelera de reciclaje, porque si somos escritores de verdad nos daremos cuenta de que lo que hemos creado es poco más o menos que ñiringa de pato... y a esperar hasta que algo nos quede requetebién.

Como ven, el optimismo para seguir siendo eso que llaman escritor me sobra. Pero no me hagan caso, es que da la casualidad que yo no soy Thomas Mann ni León Tolstói...

Por eso mi papelera de reciclaje trabaja tanto en mi computadora, pobrecilla...

Augusto Lázaro

@lazarocasas38

elcuiclo.blogspot.com.es

(publicado el 5 de julio de 2011 en La Envovencia)

lunes, 6 de enero de 2020

¿EXISTE DE VERDAD LA MUERTE?

¿Y SI NADIE SE MUERE?

Confieso que tomé el libro en mis manos con cierto recelo, porque su autor se ha mantenido siempre alejado de mis inquietudes literarias, un error que admito cometer con frecuencia, pues las obras de arte deben disfrutarse independientemente del tipo de personas que sean sus creadores: si fuéramos tajantes, no leeríamos nada, no gozaríamos de ninguna obra teatral, de ninguna exposición de pintura, de ninguna pieza musical, pues son realmente pocos los grandes autores que tienen un historial impoluto en su moral, su comportamiento, su posición social, cultural o política. Por eso prefiero admirar esas obras y no ocuparme de sus autores, pensando que siempre lo que dejarán estará por encima de lo que ellos fueron en sus vidas privadas. Y eso es lo que cuenta.

Y eso es lo que cuenta en la novela LAS INTERMITENCIAS DE LA MUERTE, de José Saramago, que por la habilidad del autor agarra enseguida a quien la lee, que no quiere soltarla a ver qué es lo que va a suceder en la próxima página. Creo que si no la principal, esa es una de las virtudes que tiene la obra: comienza a leerse y cada minuto el novelista intenta (y lo consigue) con brillantez y economía de descripciones, interesar más y más al lector en los simples y tremendos avatares que sus personajes presentan, enfrentados a una situación tan fuera de lo normal que parece virtual: obra de magia o fantasía, traída con cuidado a la realidad que se narra, colocando a quien lee sus páginas con verdadero interés frente a un tema tan fuerte y sobrecogedor que no puede desecharse: la muerte.
La muerte siempre ha sido una especie de obsesión en grandes creadores en cuyas obras se refleja esa constancia: en cineastas como Ingmar Bergman, en escritores como Thomas Mann, en dramaturgos como William Shakespeare, hasta en países como México, donde la muerte toma partido en la idiosincrasia de ese noble pueblo sacudido actualmente por el salvajismo y la barbarie (ya Juan Rulfo se ha encargado de narrar cuánta influencia tiene la muerte en el quehacer notorio de los mexicanos). Entonces se aparece este autor con la muerte como protagonista, planteando un nuevo reto a la inteligencia humana en tono de ficción: ¿qué sucedería si de pronto la muerte desaparece de nuestro mundo? O sea, si de pronto la gente dejara de morirse... Y eso es precisamente lo que se pregunta Saramago y a su vez nos muestra en un supuesto de que los seres humanos continuaran viviendo, pero... en fin, que en la novela se plantea una posible respuesta a esa negativa de la parca en llevarse con ella a los habitantes de un pueblo donde ya nadie muere.

Sin dudas, un tema no basta por sí solo para lograr el interés por una obra escrita ni la calidad que la destaque del común de tantas obras que se escriben y se publican sin tener las mínimas condiciones estéticas, para sumarse a las estanterías de los libros que reposan esperando algún lector todavía cándido que se interese por comprarlos. Pero esta novela de Saramago, además del tema que siempre resulta atractivo (la muerte es más natural que la propia vida, pues puedes nacer o no, pero una vez nacido tienes que morir) está tan bien hecha (no digo escrita, pues es casi una construcción manual de impecable factura) que ningún lector que comience puede abandonar su lectura sin llegar al fin, sin enterarse de lo que el autor plantea que sucedería si en este mundo que nos ha tocado dejáramos de morirnos para seguir viviendo hasta... y ahí radica su gran atractivo.

Formidable novela de Saramago, muy hábilmente estructurada, con sondeos a la tensión que despiertan sus sucesos, algo de misterio con compás de espera y mucho de excitación ante la idea de burlar la muerte para ver qué pasa si eso sucede. Y la pregunta inobviable: ¿cómo viviríamos si pudiéramos vivir eternamente? ¡Ah! Pregunta clave en la novela. Y respuesta quizás sorpresiva, o quizás sobrecogedora.

De adolescente leí una novela en que alguien que no quería morir, intentó pactar con Satanás (no me refiero al Fausto ni a El retrato de Dorian Gray ni a otras piezas clásicas que toman este asunto para fabularlo) para seguir viviendo indefinidamente. Pero no le pididó, como Dorian Gray, seguir viviendo joven, sino sólo seguir viviendo. Al cabo de decenas de páginas, el narrador le planteaba al lector una pregunta que erizaba los pelos:

--¿Has visto tú a un hombre de 250 años?

Tras leer esa novela, decididamente, no me gustaría encontrarme con un ser que haya llegado a esa avanzada edad...

Augusto Lázaro

@lazarocasas38

elcuiclo.blogspot.com.es

(publicado en La Envolvencia el 26 de mayo de 2011)

ENVOLVENCIAS

 1 Ahora que los virus están de moda: fue un virus (de la peste negra o bubónica) el culpable de la muerte de los amantes de Verona. La hist...