lunes, 27 de julio de 2020

¡ESOS MININOS!

ISABEL Y LOS GATOS

Los gatos son animales ariscos que generalmente huyen cuando alguien se les acerca. Sólo aceptan y buscan la compañía humana cuando pertenecen a esa compañía, o sea, viven en una casa y se compenetran con el dueño o con los dueños de la misma, e incluso a veces saltan sobre sus regazos para acurrucarse sin ningún tipo de miedo o desconfianza. Pues bien, esos gatos, cuando Isabel (una de sus ángeles guardianes) se acerca y pega un grito en el muro que da al patio de tierra, una especie de ¡holaaaaa! protagonizan un espectáculo: los 30 gatos corren hacia ella y se le pegan a las piernas, la olisquean, ronronean, porque saben que ella trae su alimento, mientras yo disfruto mirándolos con una sonrisa, asomado a la ventana de mi habitación, cosa que casi nunca hago.

En el patio de la basílica de San Francisco El Grande viven nada menos que 32 gatos, que disfrutan del espacio a plenitud, porque ese espacio no se usa nunca para nada, y en él los gatos merodean día y noche como si estuvieran en un bosque hecho por la propia Naturaleza especialmente para ellos. Algunas tardes entra una señora (realmente no sé cómo, pues para entrar hay que trepar por una cerca de metal cerrada siempre) que suele atenderlos, o sea: les trae algo de comer, les limpia sus “casas” donde se guarecen cuando llueve o nieva, les arregla los lugares donde les echa la comida, y algunas otras cosillas para que se sientan cómodos y dueños absolutos del sitio. Pero la que se ocupa realmente de alimentarlos es Isabel, que siempre llega cargada de cacharros con los alimentos que los gatos saben que ella trae. Y así comienza el espectáculo.

Isabel es una señora mayor que vive sola en el edificio donde vivo. De baja estatura, viste muy sobriamente, siempre saluda, y su sonrisa la regala a todo el que le pasa por el lado, sin escatimar diferencias que parece que ella no distingue. Una vez me dijo en un autobús en el que coincidimos por casualidad:

--El mundo sería más feliz si todos nos tratásemos como amigos... pero por desgracia, hay personas que no piensan así.

Y me quedé pensando cuánta razón tenía. Después de ese encuentro breve y sustancioso sobre ruedas, algunas tardes me asomo a la hora en que más o menos sé que Isabel llegará con la comida que sus amigos los gatos “de raza”, dice ella, la estén esperando para acercarse como siempre, con sus mimos, olvidándose de lo ariscos que suelen ser con casi todo el mundo. Mirando a Isabel pienso que ella es feliz al poder hacer el bien, y que si es así con los gatos, me imagino que será todo un cielo con los seres humanos que la necesiten. Y también siento lo mismo, que esta humanidad que tan disipadamente vive, sería mucho más feliz si todos fuéramos amigos y nos olvidáramos de las discordias estúpidas por la ideología, la política asquerosa, la religión, los puntos de vista y los gustos de cada cual, las costumbres, y todo lo que en alguna medida, para mentes cerradas, puede separar y enemistar a los seres humanos.

Isabel es una mujer de una época más avanzada que ojalá llegue a La Tierra alguna vez. Porque por personas como ella vale la pena seguir viviendo, y seguir luchando para que nuestros congéneres reciban una sonrisa y no una virada de ojos...

Augusto Lázaro

@lazarocasas38

elcuiclo.blogspot.com.es

(publicado el 17 de septiembre de 2011 en La Envolvencia)

lunes, 20 de julio de 2020

¡APURATE, QUE SE TE VA!

LOS DESESPERADOS

En España (puede que en todo el mundo) hay un tipo de personas que por sus características se ha convertido en un tipo de personajes: los desesperados. Son muy amplias sus manifestaciones y sus maneras de identificarse, pero quizás por eso mismo pueden distinguirse a simple vista, si uno es observador, como es el caso, y se para o se sienta en un espacio público a observarlos. Créanme, siempre resultan interesantes, aunque sólo (y esa es su limitación para el ocio) en la primera vez, ya que cuando se les conoce ya se sabe lo que van a hacer en cada ocasión similar. Veamos algunos ejemplos de desesperados:

Los desesperados del transporte son fáciles de reconocer: si van en el Metro, medio kilómetro antes de llegar a la estación a donde van se levantan (si están sentados), se acercan a la puerta, y con una mano manipulan el manillón como si el tren se fuera a detener antes de parar totalmente en la estación. Si van en un tren de cercanías, lo mismo: se paran, se acercan a la puerta y aprietan el botón verde de abrir antes de que el tren se haya detenido. Y en los autobuses, cuando todavía el vehículo está en la parada anterior a la suya, ya aprietan el botón del aviso de parada y se levantan, pegándose a la puerta. Son personajes interesantes, aunque no todos lo hacen por nerviosismo. Dice mi amigo Juan que muchos lo hacen porque son escasos de materia. ¿Qué habrá querido decir con eso?

En las ofertas de rebajas de muchos grandes centros, los desesperados se acomodan, sin dejar de moverse y de mirar a quienes los rodean, cerca de la puerta, y tan pronto ésta se abre, corren como perseguidos hacia adentro, sin siquiera saber bien a dónde deben dirigirse para adquirir lo que van a adquirir, que al final no será lo que necesitan, sino lo que se les ocurra una vez dentro de la tienda, mirando los nuevos precios de cualqujier artículo. En los organismos del Estado, cuando esperan su turno, los desesperados no paran de moverse, de levantarse y acercarse a la pizarra donde aparecen los números, de comentar con el vecino más próximo el calor que hace o lo que se demoran para marcar el turno. Y en las paradas ni se diga: un desesperado se muestra intranquilo, mirando su reloj constantemente, asomándose a ver si viene el autobús, registrando su cartera o su bolso, encendiendo un cigarrillo sabiendo que puede ser que venga el transporte y tenga que tirarlo con sólo dos chupadas, etc. Y cuando al fin aparece el dichoso autobús, al abordaje, antes que se vaya y me dejen, majete, que estoy con un poco de prisa, como siempre.

Y si se trata de algún turno con el médico, mejor pasarlo, porque la desesperada (en este caso supongamos que es mujer) no hace más que morderse las uñas, pararse y acercarse a la puerta de la consulta, preguntarle a la señora que tiene al lado si la doctora está dentro consultando y qué turno tiene ella, y cada vez que se abre la puerta y sale alguien, levantarse para ver si le toca, aunque sabe que todavía no le toca.

Los desesperados no caminan, casi corren en la calle, como si el tiempo les fuera a impedir llegar a donde van, siempre están nerviosos, algunos hacen gestos o muecas, otros entablan conversaciones con alguien a quien no le intreresa conversar y sólo asiente resignándose a soportar la filípica sobre el tiempo o lo cara que se ha puesto la vida, a veces se les van las cuerdas y alzan tanto la voz que alrededor se oye lo que dicen en los 500 metros cuadrados circundantes, tropiezan por su rapidez en alcanzar la otra acera sin esperar el semáforo, se disculpan con el señor a quien han dado un empujón por el apuro, no dejan salir de los vagones cuando llega el metro, a pesar del letrero y de la buena educación (me suena esa palabra), y así pasan sus días, nunca tranquilos y nunca convencidos de que la vida, por mucho que se apuren, no va a transcurrir más rápido.

Quizás si se llamaran a contar y comprendieran el refrán chino, vivirían mejor y eliminarían los estreses que seguramente padecen y el peligro de detonar enfermedades que podrían evitarse con una ración de paz y de tranquilidad, intentando vivir al ritmo de la vida moderna, que no es ni tan agitada como imaginamos ni tan pasmosa como algunos hacen que la viven.

Y no quiero hablar de los desesperados futbolísticos, que eso es una historia que merece un comentario aparte.

Hace días conocí a una señora, a la entrada del centro de especialidades a donde había acudido a practicarme una analítica de rutina, que me contó que se había levantado a las 4 de la madrugada porque ese día tenía que hacerse una similar, y desde las 4.30 estaba anclada en la puerta que sólo abrirían a las 8. La señora pensaba que sería la primera, y así se fue poblando aquella entrada. Pero cuando abrieron, parece que había otros desesperados que se abalanzaron (sic) hacia dentro, donde sacaron el turno de la máquina automática, y cuando la señora llegó arriba, resulta que le había tocado el 14... y una jovencita ligeramente vestida que llegó a las 7.56, obtuvo... el número 1. Habrá que oír a los chinos que dicen que

“si tu mal tiene cura, ¿p’a qué te apuras? Y si tu mal no tiene cura, ¿p’a qué te apuras?"

Augusto Lázaro

@lazarocasas38

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(publicado en La Envolvencia el 13 de septiembre de 2011)

lunes, 13 de julio de 2020

¿QUE ES EL ABURRIMIENTO?

¿ABURRIRSE? DE NINGUNA MANERA

Hace unos días leí una especie de micro relato (no sé cómo llamarlo en realidad) del periodista Alberto Martín en la edición digital de la revista TIEMPO que me motivó a escribir lo que van a leer, y espero que no se aburran ejerciendo tan noble oficio, o sea, el de lector.
Porque se trata del aburrimiento, nada menos. Tema interesante sin dudas, porque, glosando al gran nicaragüense: ¿quién que es no se ha aburrido alguna vez? En el edificio donde vivo hay una buena cantidad de personas que suelen aburrirse bastante, a diario, y al parecer a esas personas aburrirse les produce cierto placer, porque también al parecer, piensan ellos que quien se aburre casi constantemente es porque no tiene problemas que lo aturdan o porque el ocio y el llamado “arte de no hacer nada” está acorde con la edad y con el bienestar que produce sentarse en un banco a ver pasar la gente, y si no pasa gente, a mirar el espacio y recordar lo que de bueno pueda en su ya larga vida. Porque casi siempre los que se aburren son los viejos.

Uno de esos aburridos que vive en mi planta, confiesa orgulloso que duerme ¡16 horas diarias!. Comentando el asunto con Juan Maguey, en un viaje en tren hacia Navacerrada, me dijo soltando una risa que se oyó a varios asientos de distancia:

--¿Por qué duerme tanto? Hombre, si está claro: porque despierto no tiene nada que hacer.

Y me pregunto cómo es posible que alguien realmente no tenga nada que hacer. Por muy seboruco que se sea, siempre hay cosas que requieren nuestra atención, aunque sólo se trate de pasarle un paño a los zapatos o sacudir el polvo de los muebles, y si acaso ir al cine, conversar con amigos en un bar, echar una partida de dominó en el centro de mayores, pero... no tener nada que hacer...

--Bueno, Juan, pero eso parece cosa de literatura.

--Es cosa de literatura. Esos que siguen las lecciones del libro EL ARTE DE NO HACER NADA son personajes de ficción, gente vacía cuyo único sentido para seguir viviendo es ése, seguiir no haciendo nada. Pero si así son felices...

Y puede que así sean felices, aunque si analizamos a fondo la cuestión, no hacer nada es imposible: ¿cómo podría una persona estar sin hacer nada? Porque hasta cuando está durmiendo, esa persona tendría que respirar, quizás roncar, moverse en la cama, etc., y en caso de que pudiera obviar estas acciones (menos la respiración) al despertarse tendría que ponerse en movimiento, a no ser que decidiera continuar en posición horizontal todo el día. Y hasta eso sería imposible, llegaría un momento en que su propio cuerpo le pediría movimiento.

Pero para aburrirse no hace falta mucho embullo. Conozco a algunos que han convertido el banco del parque o de la plazoleta en su sitio de vivir diez y seis horas al día. Aburridos como un camello solitario en el Gobi. Otros que en su vivienda (cuando viven solos) se aburren hasta de ver la tele, y los amantes del fútbol llegan a aburrirse de ver a muchachones corriendo detrás de una pelota para darle una patada a ver si hacen un gol, que es la única jugada de ese deporte. Y también los hay que salen de sus casas sin rumbo fijo, y ya en plena calle se preguntan ¿qué hago?, ¿dónde voy?, ¿a quién busco?, y en definitivas no hacen nada, caminan, se sientan, se suben a un autobús, y dentro se aburren como bellacos, pero siempre con una sola razón ineludible: se aburren porque no tienen nada que hacer. Y señores, no tener nada que hacer es triste. Realmente muy triste, porque en la vida hay muchísimas cosas que pueden hacerse... para no aburrirse.

En fin, que junto al ensayo sobre EL ARTE DE NO HACER NADA, habría que escribir y publicar algún otro que se titulara más o menos EL ARTE DE NO ABURRIRSE, porque en estos tiempos y con la que está cayendo... vamos, que creo que no hay motivos que justifiquen el aburrimiento. ¿O sí?

Augusto Lázaro

@lazarocasas38

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(publicado en La Envolvencia el 9 de septiembre de 2011)

lunes, 6 de julio de 2020

MISTER BEAN ALCANZO LA CIMA

EL PRESIDENTE

El Presidente hizo una pausa, tomó un sorbo de agua, y se deleitó ante los aplausos de los cientos de personas que lo vitoreaban en el amplio salón abarrotado de sus seguidores, que todavía eran muchísimos, según los asesores que lo animaban a seguir con su mandato tras siete largos años de altas y bajas en los que el Presidente había logrado (también según sus asesores) colocar a su país a la altura de los grandes países que controlaban la marcha del mundo en este imprevisible siglo XXI.
Mientras, en su casa, uno de sus hombres de confianza leía un artículo de Manuel Cerdán en el periódico La Gaceta (considerado tabú entre los miembros de la izquierda tradicional), no haciendo caso a su televisor en el que se veía la imagen de su jefe de filas pronunciando su discurso. El artículo resaltaba algunas frases dichas por el Presidente en sus años de gobierno:

--Hoy estamos mejor que hace un año y dentro de un año estaremos mejor que hoy (sobre ETA, en diciembre de 2006, horas antes del atentado de la T-4).
--España está totalmente a salvo de la crisis financiera (agosto de 2007).
--Estamos en la Champions League de la economía (reunión con el grupo socialista, en septiembre de 2007).
--La crisis es una falacia. Puro catastrofismo (enero de 2008).
--Los parados no son parados, son personas que se han apuntado al paro (febrero de 2008).
--Es un tema opinable si hay crisis o no hay crisis (junio de 2008).
--Mientras yo sea presidente no habrá trasvase del Ebro (marzo de 2008, mitin en Zaragoza).
--Lo enunciaré de forma sencilla, pero ambiciosa: la próxima legislatura lograremos el pleno empleo en España. No lo quiero con carácter coyuntural, lo quiero definitivo (abril de 2008).
--Miente como un bellaco quien diga que hemos hecho recortes (mayo de 2011).

El hombre de confianza del Presidente, que por estar agripado no había asistido al acto, pensó que el periodista quizás tendría razón, o quizás él (el hombre de confianza), al igual que muchos otros, se estaba dando cuenta de que en realidad el Presidente no era tan tan ni muy muy como él (y muchos otros) habían creído. Levantó la vista y aguzó los oídos para seguir el discurso, que en esos momentos enardecía a la masa concentrada. Decía el Presidente que

"la tierra no pertenece a nadie, salvo al viento... y ahora estamos mejor que hace un año... ¡soy rojo!... sí, nos fuimos de Iraq por las mismas razones por las que ahora estamos en Afganistán... mi patria es la libertad... porque nación es un concepto discutido y discutible... y voy a agotar esta legislatura... rebajar impuestos es de izquierdas... ya hemos pasado a Italia y alcanzaremos y pasaremos a Francia...” y los aplausos interrumpieron nuevamente la voz llena de emoción del Presidente que volvió a tomar un sorbo del vaso con agua que había colocado en un lugar de la tribuna.

El hombre de confianza estornudó, tomó una servilleta de papel y se limpió la nariz, y siguió pensando en su jefe de filas y en que los extranjeros que estuvieran viendo y oyendo al Presidente pensarían que estaban ante un hombre que había perdido la perspectiva, o quizás que se encontraban en un paraíso donde todo marchaba sobre ruedas, esto último, atinó a deducir el hombre de confianza, lo pensaría una minoría cuyo cacumen no podía ocupar mucho espacio dentro de su cabeza. Sin embargo, decidió no atormentar más su cerebro, tomó un sorbito de café directamente de la boca de un termo que tenía en la mesita, junto al sofá, y miró nuevamente a la pantalla no tan chica, puesto que era un televisor de plasma de unos 30 y pico de pulgadas.

Cuando el Presidente terminó su discurso, el hombrfe de confianza apagó el televisor con su mando a distancia (corta distancia por cierto), y dobló el periódico, pensando con cierta dosis de generosidad que “su” Presidente quizás creía de verdad lo que decía, por lo que llamarlo mentiroso no era más que otra de las muchas calumnias de la oposición, que en realidad no era tal, puesto que sólo la hacía, y no con mucha contundencia, el segundo partido más votado en las pasadas elecciones.

“Sin dudas –se dijo el hombre de confianza, dirigiéndose a su dormitorio para echar una siesta reconfortante-- que los extranjeros eran una cosa y los nativos otra”, por lo que se sentía seguro, al fin y a pesar de los pesares, de que el Presidente volvería a ganar las elecciones generales que se efectuarían en el año 2012...

Augusto Lázaro

@lazarocasas38

elcuiclo.blogspot.com.es

(publicado en La Envovencial 5 de septiembre de 2011)

ENVOLVENCIAS

 1 Ahora que los virus están de moda: fue un virus (de la peste negra o bubónica) el culpable de la muerte de los amantes de Verona. La hist...