lunes, 8 de octubre de 2018

¡LOOR A LOS PROBLEMAS!

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C es un argentino afincado en España desde hace, según dice, unos 40 años. Carismático y a la vez hermético, pues es muy difícil saber lo que esta pensando y mucho más dificil conocer lo que hizo ayer por la tarde, lo que yo no le pregunto, por supuesto. De risa fácil, aunque no constante, es un tipo simpático que siempre está diciendo que tiene un montón de problemas. Así de fácil. Lo difícil es determinar qué quiere decir en realidad con "un montón", pues no creo que nadie pueda tener un montón de problemas, pero en fin. Habría que averiguar qué es para él un montón. Conozco a varias personas que tienen uno, dos, tres, varios problemas (como todo el mundo), pero... ¡un montón! Me resulta interesante el uso (en eso sí es constante) de esa palabra, que resume una queja que salva a quien lo oye de una enumeración que sería insoportable de tantos problemas que no me imagino que pueda tener "un cristiano", como se dice comúnmente. Pero C es así y así lleva 40 largos años diciéndoselo a quien esté dispuesto a oírlo, aunque eso sí, tras la exclamación susodicha, con C puede entablarse una conversación seria sobre asuntos que no tienen nada que ver con la telebasura ni con que Fulanita que le pegó los cuernos a Menganita con Ciclanito ni nada de eso de lo que yo me alejo cada día más, hasta el punto de que cuando se me acerca una de esas personas monotemáticas que sólo hablan de cosas intrascendentes, cambio de acera o acelero el paso para decirle al cruzar ¡buenos días! y no darle margen para que me cuente lo mismo que me contó la última vez que nos encontramos. C no, C es un amigo de esos que uno desea seguir conversando con él cuando parece que la conversación llegó a su fin, si es que una conversación puede llegar a su fin. Lástima que no abunden los Cs, aunque con montones de problemas de los que no te hablan por su hermetismo o porque no les da la gana (los guardan para sí, lo que es de agradecer) con los que se puede hablar de cosas que no sean fútbol, famoseo, televisión y otras perlas que al menos a mí me provocan deseos de echarme a correr cuando oigo a alguien mencionándolas...

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Para algún extranjero que llegue a España solo, huyendo de la quema en su país de origen (como, digamos, Venezuela), resultaría quizás la solución casarse con una nativa que tenga una casa y un trabajo, hasta que el susodicho aspirante a refugiado (por cierto, el letrerito que decía Refugees welcome ya no lo veo en el Consistorio de Carmena) encuentre algo que lo ayude a sostenerse mientras o después de que la concedan el asilo si es que lo solicitó. ¡Ah!, pero eso implica un riesgo. Supongamos que el inmigrante encuentra una soltera dispuesta a casarse (por amor, claro) con él, se casan y a vivir en paz y tranquilidad. Se acabaron las gestiones de vivienda y demás. Pero... el imprescindible pero... pasan los meses y resulta que ambos cónyuges comprenden que son incompatibles, y el ya refugiado, pero con familia y vivienda, ¡fuera! A la puta calle de nuevo, y de nuevo las gestions que tanto agotan física y mentalmente. Pues eso es lo que le sucedió a mi amigo, y por eso ahora las está pasando canutas, en la calle, sin llavín y con "un montón" de problemas en las costillas. Por eso, amigos, eso de casarse es bonito, pero una cosa muy seria que debe analizarse mucho y con mucho cuidado. No vaya a ser cosa que... bueno, lo que puede pasar y tantas veces pasa...

Augusto Lázaro

@lazarocasas38

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