lunes, 31 de diciembre de 2018

LA MUSICA QUE NO PUEDE OLVIDARSE

Post publicado por La Envolvencia el 4 de mayo de 2010 y publicado antes por el periódico Sierra Maestra de Santiago de Cuba:

CUANDO SINDO HA CERRADO LOS OJOS

Aquí vive todo lo viejo. Las calles estrechas huelen al polvo de los siglos. Cada amanecer quema las tejas un pedazo de historia y la ciudad se ensancha en el recuerdo. Y cada tarde. Voy aprisa. Tropiezo con la gente que deja el ritmo de sus piernas en la ondulación de las aceras. Atravieso las paradas donde se reúnen el sudor y la impaciencia. Busco a Sindo. ¿Pero es que este hombrecito se ha perdido en Santiago? Hoy está en la ciudad y yo lo busco hasta donde se pierde el humo de las chimeneas. Yo también me pierdo entre las viejas calles santiagueras, entre sus callejones retorcidos, en sus escalerillas empinadas, en sus horcones que salen de la piedra en las paredes legendarias de la villa que fundó Diego Velázquez hace ya tanto tiempo... La Casa de la Trova: me sonríe el color de Virgilio, me sonríen esos viejos que conversan, beben ron, fuman, y se abrazan al siglo con las cuerdas de sus guitarras tan añejas, tan queridas. No está aquí. Pero ¿dónde? Conozco sus lugares y los devoro como el aire mis gotas de sudor. Me canso. No lo encuentro. La ansiedad me pesa tanto como la cámara alemana que cuelga de mi hombro, desde muy temprano. Por fin la Alameda, el último rincón de la ciudad, derramada en el Caribe tempestuoso que se deja acariciar por el sol de este trópico, siempre caluroso, siempre hospitalario. Un banco. Lástima de corre-corre inútil. Pero... no, no es una ilusión ni un espejismo. Aquella figurita que se mueve tanto... tiene que ser Sindo. Sí, lo es: moviendo su bastón, frente a los barcos que reposan su carga, mirándolo todo con curiosidad por encima de sus espejuelitos redondos...

--¡Sindo! -le grito, asustándolo. Se vuelve, me mira, sonríe. Y me dice:

--¡Mande!

Me acerco muy rápido, le doy un abrazo, lo aprieto, y le digo:

--Usted no puede morirse sin tirarse una foto conmigo.

Sonríe. Le gusta eso y a mí también. Nos sentamos en el banco más solo y él comienza a hablarme de su juventud, "que no quiere dejarme todavía", de aquellos tiempos tan lejos de sus manos arrugadas, de cuando tenía que atravesar a nado la bahía en busca de una jaba de comida, de su inspiración tan sensible que produce una música que puede competir con estas palmas y con la sonrisa de nuestras mujeres que, como él afirma, complementan con su donaire el cielo siempre azul de la isla... de Emiliano Blez, de la trova, de esta ciudad increíble y mágica que acepta y abriga al visitante como a uno más de sus hijos. Después un transeúnte con la camarita y "clic". La despedida. Otro abrazo fuerte y sus manos y el sombrero que se mueve entre los bancos y los adoquines del paseo. Y me alejo. Llevo encima mi sueño...

Pasa el tiempo. Las campanas de las iglesias desgastadas por la lluvia y el sol y los años se llevan la tarde. Queda el gris que envuelve los tejados y convierte las casas en siluetas. Queda el Balcón de Velázquez con sus ojos hundidos en la bahía remota. Quedan las rejas y las anchas fachadas de Heredia. Y la escalera de Padre Pico donde se sienta una mujer que despertó con el siglo a fumarse un tabaco hecho a mano. Pienso en Sindo. Pienso en el cementerio de Bayamo donde el gran cubano pequeñito duerme en su historia de notas... la luz en tus ojos arde... y lo oigo sacar de su guitarra estos recuerdos... si los abres amanece... y esta tristeza... y si los cierras parece / que va muriendo la tarde...

La tarde ha muerto cuando Sindo ha cerrado sus ojos. Y cuando yo no cuento con el triunfo de su imagen a mi lado: la foto no salió...

Augusto Lázaro

@lazarocasas38

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